Un debate amplísimo para cuidar el consenso democrático

El estreno hace algunas semanas de Argentina 1985 marcó la vuelta al centro de la escena de los crímenes de la última dictadura. En este contexto y bajo la influencia de la película, me interesa hacer algún comentario sobre una serie de propuestas que ocuparon el debate público en los últimos años. Desde hace un tiempo algunas voces de la política y la academia buscan callar a quienes niegan o relativizan los crímenes de la última dictadura. Esta discusión suele darse en el ámbito jurídico y se concentra en su compatibilidad con la libertad de expresión. Si bien me parece una discusión interesante, quiero acá ofrecer un argumento político. Como no me interesa acá el aspecto legal, no me voy a concentrar en si podemos prohibir estos discursos, sino en que intentaré argumentar que incluso si fuera posible no deberíamos hacerlo.

En general los argumentos en favor de la prohibición suelen girar en torno a la necesidad de proteger el consenso democrático que conseguimos después de la última dictadura. Estos consensos nos permiten conservar la democracia y erosionarlos implicaría poner en juego el sistema que tanto nos costó conseguir. A fin de cuentas, los discursos siempre pueden ser exitosos y el éxito del negacionismo implicaría socavar el compromiso con la democracia y los derechos humanos que caracteriza a la Argentina. Por lo tanto, es necesario blindar este núcleo fundamental para que la democracia no esté en peligro.

Creo que este argumento es débil porque busca erosionar las propias bases del sistema que busca proteger. Si algo muestra Argentina 1985 es que las redes de sociabilidad de los sectores militares y cercanos a ellos seguían fuertes incluso después del regreso a la democracia. No había acuerdos amplios a nivel social, político ni jurídico en torno a los juicios ni respecto a los crímenes de la dictadura. ¨Estamos solos ̈ dice el Strassera de Darín. Tal vez esto sea exagerado tal como señaló Roberto Gargarella, pero sí nos permite saber que definitivamente los juicios no gozaban de un apoyo generalizado. Sin embargo, en general coincidimos que actualmente existe algo así como un acuerdo en torno a ciertos pisos mínimos de derechos humanos y democracia.

¿Qué pasó en el medio? Lo que muestra la película. Un fiscal que persigue penalmente a los militares, quienes son escuchados por el tribunal, son defendidos profesionalmente y esperan su juicio en libertad. Es decir que los militares fueron tratados como ciudadanos, como iguales. Un sistema así nos ofrece garantías sobre las razones que usamos para determinar que alguien debería ir preso. Lo que garantizan las garantías penales es que no vamos a usar ciertas razones para meter gente presa y que antes de decidir vamos a escuchar a todos los que tengan algo para decir. El proceso penal que describe la película, junto con la información que se sigue sumando hasta hoy, nos permite conocer mucho mejor los crímenes de la última dictadura. Es justamente esa amplitud en el debate la que produce que ahora sí la amplísima mayoría de los argentinos sintamos aberración por lo sucedido entre el 76 y el 83. A pesar de que el sistema dotó de herramientas a los militares, perdieron la discusión igual. 

Si tenemos algo como un consenso democrático, ese consenso no se construyó sobre la exclusión de los discursos en contrario sino sobre su derrota en la esfera pública en la que todos fueron escuchados apropiadamente. Justamente esta posibilidad siempre abierta pero nunca exitosa es la que nos permite tener confianza en la derrota de los discursos negacionistas y así construir un consenso. Probablemente el momento más importante de la película sea cuando la madre de Moreno Ocampo le dice que tiene razón. Ella simboliza a una parte de la sociedad que escuchó aterrada los testimonios que se ofrecieron en el juicio y que así pudo conocer mucho de lo que hasta el momento estaba oculto. Prohibirle decir lo que pensaba a ella o a los acusados en el juicio probablemente hubiera producido cierto distanciamiento del proceso colectivo por el que estaba atravesando el país. La posibilidad de participar en el espacio público, por el contrario, nos permite expresarnos y exponernos a argumentos en contrario que pueden hacernos cambiar de posición. En este cambio de parecer queda claro el efecto que puede tener un proceso con garantías para todas las partes en el espacio público. La posibilidad de expresarse es una de esas garantías. 

El consenso democrático no sólo es valioso por su contenido democrático, sino porque fue conseguido democráticamente. Castigar el negacionismo socavaría lo que busca proteger. Un mundo en el que rechazar el consenso democrtatico esté prohibido tal vez logre su objetivo, pero a costa de renunciar a su esencia. Ya no sería un consenso, porque el consenso supone la posibilidad de romperlo. Tampoco sería democrático, porque la democracia nos exige escuchar a todos los ciudadanos.

Si alguien me leyó hasta acá y mis argumentos le parecieron razonables, probablemente esté pensando ‘todo muy lindo, pero ¿entonces qué hacemos con el negacionismo?’ La respuesta está en el debate público. Construir consensos es difícil, por lo que tenemos que ser muy cuidadosos cuando hablamos de la dictadura. Nuestros argumentos deben descansar sobre las premisas más generales que podamos y hay que presentarlos en los términos menos partidarios posibles. Para poder tener un consenso en torno a cierto tema es necesario que el descanse en premisas que, de tan elementales, queden por fuera del desacuerdo político que caracteriza a las sociedades democráticas. Si, por el contrario, los discursos en torno a la democracia son excluyentes, parece probable que haya gente que se sienta excluida. Es decir que la forma de conseguir que el consenso post 83 sea un tema ajeno al desacuerdo político es tratarlo como tal. Es cierto que es difícil, pero si encargarles a los jueces que lidien con el negacionismo exige ciertas virtudes de su parte, ponerlo en manos de la sociedad impone ciertas exigencias en los ciudadanos y construir y sostener un consenso es una tarea ardua. Casi tan ardua como valioso es lo que buscamos proteger.

El rechazo a los crímenes de la dictadura y la posterior defensa de la democracia es lo más cercano a un mito fundador que tiene la Argentina post 83, inclinar la cancha sería socavar sus bases.